Decía mi abuelo que hay que saber perder, pero no acostumbrarse a ello. Saber perder ha dejado de ser algo exclusivo de jugadores y caballeros y empieza a formar parte de cualquiera que sea consecuente con sus actos. Nadie es temerario si sabe que será capaz de encajar su peor suerte en la jugada. Saber perder no supone sólo felicitar y agradecer al vencedor por su tiempo, sino aceptarnos momentáneamente, para superarnos después. Si hoy sé perder, mañana podré ganar.