Los nombres de cada persona, palabras que no están en el diccionario, que usamos para susurrar, suspirar, enamorar, y por qué no, para maldecir. Un mismo nombre puede evocar distintos sentimientos en nosotros y con él podemos aludir a personas distintas. Y no nos equivocamos. Es un código grabado a fuego. Tanto, que cuando escuchamos algo que se parece a nuestro nombre lo dejamos todo y nos giramos para saber quién nos ha llamado. Más allá del ego natural, no hay sonido más bello para el ser humano que su propio nombre.